1.Artistas e industria cultural
Desde la mentalidad burguesa y racionalista de la época moderna se tendía a estima el arte como un producto no esencial y prescindible. Por ello, artistas de todas las disciplinas sentían la obligación de justificar sus obras y la función que cumplían en la cultura.
La razón de esta necesidad se encuentra en que, en el paso de la Edad Media a la Edad Moderna, los artistas habían perdido una posición social clara y precisa en las sociedades medievales y renacentistas.
Por ejemplo, los artistas habían dejado de ser los maestros de capilla al servicio de las celebraciones religiosas de las iglesias, los poetas de corte, los arquitectos al servicio de reyes, príncipes, prelados, etc. Por esa misma razón, habían perdido también el contacto con su público, restringido y conocido. Ahora tenían que dirigirse a un público más amplio y anónimo.
En esta situación, el artista trata de dar un significado a su propia figura de artista, ante la profunda y continua transformación de las estructuras sociales: el auge del comercio, la revolución industrial, la sociedad de masas, las organizaciones estatales, etc.
El artista queda en un completo abandono. No tiene ya mecenas, ni exigencias precisas determinadas a las que responder. Debe buscar únicamente en sí, en su inspiración original, la fuente y la regla de su propio arte.
Sin embargo, en la actualidad se vuelve a afirmar cada vez más la figura del artista, integrado en la industria cultural, por ejemplo, como funcionario de las grandes instituciones de la comunicación de masas, museos, editoriales, cine y televisión, galerías, ferias, exposiciones, conservatorios, etc.
Cuando esta nueva condición de integración del artista en el mercado se produce y su situación en el mundo ya no es problemática, la productividad de la reflexión estética retrocede.
Parece imposible ya decir algo nuevo e interesante mediante creaciones artísticas o estructuras lingüísticas y poéticas en las que todo parece haber sido dicho ya. En la cultura actual, en la estética se plantea entonces la pregunta de si puede haber aún arte como creación original y cómo puede ser.
En una sociedad de consumo y de banalización de los lenguajes, el artista ha de partir siempre de cero. No tiene a sus espaldas ninguna tradición en la que basarse y que le garantice la comprensión de sus obras, sino que debe inventar su propio lenguaje.
2. El papel político del arte
La configuración histórica de las relaciones entre arte y política se ha concentrado en la noción de compromiso. En todas las épocas, los artistas con un compromiso político han puesto su acción creativa al servicio de la realización o del sostenimiento de ideales o de metas políticos.
Cuando este compromiso llega a plasmarse en un activismo propiamente militante, entonces se trata de hacer llegar el arte a la gente ampliando los circuitos de recepción de las obras para que su mensaje y sus efectos alcancen al mayor número posible de personas.
En el nazismo, por ejemplo, se usaron intensamente la estética y las representaciones artísticas para reforzar la difusión de su ideología y la adhesión a sus estrategias políticas.
En el lado ideológicamente opuesto, o sea, entre artistas marxistas, un ejemplo militante de la relación entre arte y política impregna el pensamiento estético de Lukács, que considera la obra de arte un documento de una situación histórico-política, como su producto y su reflejo.
Lukács está convencido de que el arte no es un producto para divertir ni para expresar las emociones de cualquier artista, sino que siempre es un modo muy significativo de reflejar la realidad política objetiva.
Mediante el arte es posible representar incluso la totalidad de la vida humana en su movimiento, en sus luchas, en su desarrollo y en su evolución.
Para Lukács, el arte, junto con la ciencia, constituye una actividad que emana de la vida social y que vuelve a ella. Se pueden distinguir, por tanto, un reflejo científico de la realidad objetiva y otro estético. Estas dos formas de reflejo se van elaborando y diferenciándose cada vez mejor en el curso del desarrollo histórico.
En las vanguardias artísticas que protagonizaron el período de transición del siglo XIX al siglo XX ha sido propio del arte comprometido la introducción sistemática de obras o de imágenes transgresoras cuyo objetivo era cumplir determinadas funciones políticas, entre las que cabe destacar las siguientes:
*Promover el consenso, la cohesión y la solidaridad necesarias para el buen funcionamiento de la sociedad.
*Representar el mal y la catástrofe infinita causados por las guerras y por los genocidios con intención ejemplarizante y moralizante.
*Protestar y cuestionar el lugar que ocupa el arte mismo y en el que se sitúan las instituciones artísticas en una sociedad conflictiva.
En la actualidad, se puede percibir en ciertas formas de arte el propósito político de promover en la sociedad un mundo común o de ayudar a reparar los terribles efectos de los conflictos sociales.
El pensador francés Jacques Rancière habla, en ese sentido, de un giro ético de la estética. Para él, es preciso devolver a la política y al arte su carácter de actividades al servicio de un mundo mejor.
(D. Sánchez Meca. J.D. Mateu Alonso. 1 Bachillerato. Filosofía. Editorial Anaya. Operación mundo. Madrid. 2022)